De una forma casi instintiva y con tan solo 17 primaveras a sus espaldas, Carlos Díaz se convertía en El Faro hace algo más de una década. Casi sin comerlo ni beberlo. Sin pensárselo mucho. Y quizás, en esa naturalidad reside su virtuosismo.
Texto: Ángela Bellón (@angela_br99)

Y de estos primeros pasos hace casi 15 años. Un proyecto que ha crecido de la mano de su artista. “Ha pasado por un montón de etapas muy diferentes todas entre sí, etapas de silencio absoluto, etapas de tener una formación, de tener otra, pero bueno, siempre ha estado ahí, siempre se ha conseguido reactivar”.
Y es que quizás, hay pocas más loables que seguir mimando tanto un proyecto por mucho que pase el tiempo. Quizás, sea porque es fina la línea que separa a Carlos de El Faro. No es un alter ego, no es una máscara con las que transmitir sus emociones sin temor al qué dirán. El Faro se alza como un amplificador, como una lupa que subraya la emocionalidad e intensidad que emergen del canario. En palabras del propio artista: “Yo soy una persona que también está muy a favor de la intensidad y que siempre hablo de sentimientos y siempre hablo de eso. No tengo problema en, digamos, abrirme de esa forma, pero sí siento que El Faro es como si pusieras una lupa en un mapa”. Así es que El Faro se configura como una parte más del mundo interior de Carlos, un sector emocional que vive todo a flor de piel.
Aunque el álbum debut, El Esperancero, asoma desde el horizonte (sin fecha aún de lanzamiento), hemos podido desbloquear dos tracks que nos presenta el sonido que imperara en el LP. Quizás, algo contrapuestas. Así, Un recuerdo aparente y Hay un brillo se han convertido la antesala del disco. Dos temas que hablan de la nostalgia, pero bajo prismas distintos. Mientras que Hay un brillo es un indie-pop luminoso, casi épico, logrando una conexión emocional genuina ante la promesa de que algo mejor puede llegar. Un recuerdo aparente se convertiría en la cara B de esta historia: después de un reencuentro inesperado con quien no pensabas volver a ver, se abre la dicotomía mental de poner los pies en tierra y lidiar con la inherente sensación de que ningún tiempo futuro será mejor que lo ya vivido. De este modo, Un recuerdo aparente se convierte en una canción “meta-nostálgica”.
Esta mirada al pasado con melancolía es el motor de su creación. Y es que esta piedra angular no es nada más y nada menos que fruto de su modo de ver la vida, de vivir el amor. “Nunca he hablado del amor porque es un tema que yo siempre que lo he vivido, ha sido como espectador, como desde la barrera, es una cosa que ha tenido mucha importancia en mi vida, siempre ha sido como una esperanza, ha sido un anhelo”. Unas canciones que nacen de un “¿qué podría haber pasado?”.
Así, surgen estas composiciones tan grandilocuentes, con sabor cinematográfico. Todas sus canciones son “una carrera hacia la luz”. Temas que parten desde la oscuridad para acabar rematando en un clímax épico que emana luz por los cuatros costados. Y es que El Faro ha encontrado su propia fórmula, con una estructura in crescendo. “Suelo empezar como alicaído y luego va subiendo intensidad, va subiendo intensidad y realmente cuando llega el clímax es al final”.
Un esquema de producción (y sentimiento) que no es casual. El Faro bebe de artistas como The National, Florence + The Machine o Charli XCX, que pese a dispares que puedan resultar, comparten un importante núcleo: una carga emocional brutal. “Me gustan las emociones extremas, las emociones performadas hasta el final y con las que el artista se compromete. Y eso me gusta también que mi música lo tenga”. Ese es el leitmotiv del tinerfeño: llegar hasta el final.
Puede, que por eso, el clímax de sus canciones no se encuentre hasta el último momento en donde siempre nos irradia con su luz. Una brillantez que va impuesta incluso en su nombre artístico. Aunque, según el cantautor fue algo casual. Su nombre artístico es meramente fruto del sitio en el que tuvo lugar su primer ensayo. Y no podría ser más mágico.
El Faro se erige como un artista muy propio, muy suyo. Un sonido muy característico que no hace más que ensalzar el torbellino emocional que se esconde en su interior. El Faro ha sido capaz de mantener un proyecto muy cuidado desde el primer día hasta hoy, algo más de una década después. Sin mirar atrás y siempre iluminando el horizonte.
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