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"A DIFFERENT MAN": LA APARIENCIA COMO CONDENA EN LA ERA DEL INDIVIDUALISMO


En A Different Man, Aaron Schimberg construye una inquietante fábula sobre la identidad, la percepción y el deseo de encajar en una sociedad absolutamente obsesionada con la apariencia. La película sigue a Edward (Sebastian Stan), un hombre con neurofibromatosis que, opta por someterse a una cirugía experimental (pretendiendo ponerle fin a su gran problema vital) para emerger con un nuevo rostro y por consiguiente, una nueva existencia. Sin embargo, lejos de ser una liberación, parece convertirse en una especie de maldición. Su nueva y prefabricada vida no hace más que subrayar el vacío que configura su existencia. Así es que esta transformación lo sumerge en una paradoja: ¿en quién te conviertes cuando el mundo ya no te ve como solía hacerlo?


Texto: Ángela Bellón (@angela_br99)

 

Fotograma de "A different man"
Fotograma de "A different man"

La obra se inserta dentro de un cine que, como La sustancia de Coralie Fargeat, reflexiona sobre el poder—y la maldición—de la imagen en un contexto de capitalismo tardío e individualismo extremo. Mientras que en La sustancia  el terror corporal se convierte en una metáfora explícita de la obsesión por la eterna juventud y su consiguiente belleza, en A Different Man el horror es más sutil, más psicológico y social. Edward, al igual que Elisabeth Sparkle en La sustancia, descubre que su nueva apariencia no solo le otorga privilegios, sino que lo despoja de su identidad anterior, dejándolo atrapado en una versión idealizada de sí mismo que nunca termina de encajar.


Lo que ambas películas ponen sobre la mesa es el papel que la apariencia juega en la validación social y cómo el sistema capitalista parece convertir la belleza en una moneda de cambio. Edward, antes marginado, se convierte en una figura deseable tras su transformación, pero ¿acaso es más libre? ¿Acaso alguien lo percibe más allá de esa atractiva fachada? En una sociedad donde el individuo es constantemente definido por su imagen, la promesa de una nueva apariencia no es una solución, sino una nueva prisión. Un nuevo cuerpo en donde siguen habitando inseguridades y unos ideales absolutamente superficiales que llevan toda una existencia ahí arraigados.


Fotograma de "A different man"
Fotograma de "A different man"


Schimberg logra una sátira inquietante sobre el deseo de ser otro, en un mundo donde el "yo" parece cada vez más una construcción externa, moldeada por las expectativas y la mirada de los demás. ¿Somos algo más que la imagen que el resto tiene de nosotrxs?  De este modo, A Different Man no solo se alza como thriller psicológico, sino como una crítica mordaz al espejismo de la auto-mejora bajo el prisma de un sistema que convierte nuestras existencias en productos de consumos.


La cinematografía de A Different Man refuerza su exploración sobre identidad y percepción. Desde los primeros minutos de metraje, la película establece una relación tensa entre el cuerpo de Edward y el mundo que lo rodea. Antes de su transformación, la cámara tiende a atraparlo en composiciones cerradas, con encuadres que enfatizan su aislamiento y la forma en que los demás lo observan con incomodidad.



Fotograma de "A different man"
Fotograma de "A different man"

Tras su transformación, la puesta en escena también se modifica, pero con una extrañeza un tanto inquietante. Ahora, los encuadres se amplían, permitiéndole ocupar más espacio en pantalla. Sin embargo, esta liberación es engañosa, casi acaba por resultar amenazante; la cámara comienza a seguirlo con una sensación de extrañamiento, como si estuviera habitando un cuerpo que ya no le pertenece. Schimberg juega con la idea de que la identidad de Edward no está definida únicamente por su rostro, sino también por cómo los demás interactúan con él, y la cinematografía refuerza este concepto con sutiles cambios en la perspectiva y el movimiento de cámara. Ahora, los reflejos en espejos y ventanas se usan con frecuencia, sugiriendo la dicotomía entre lo que él ve de sí mismo y cómo el mundo lo percibe. 


Fotograma de "A different man"
Fotograma de "A different man"

Paradójicamente, tratándose de una cinta que nos relata el día a día de un actor que lucha por hacerse un hueco en Broadway,  Nueva York se configura como un espacio indiferente y ligeramente distorsionado, mero telón de fondo de la transformaciones que sufre Edward a lo largo de las casi dos horas de cinta. Los colores apagados y las texturas granulosas le dan un aire casi documental en algunos momentos, acentuando la sensación de que Edward es una figura que lucha por definirse en un entorno que lo reescribe constantemente. 


Fotograma de "A different man"
Fotograma de "A different man"

Si bien es cierto, que no podemos categorizar esta película dentro del body horror, Schimberg recurre a ciertos elementos de este género, especialmente en la forma en que presenta la transformación del protagonista. El cuerpo se convierte en un espacio de horror y fascinación. La diferencia es que, en lugar de concluir con una degradación física grotesca, es justo a la

inversa. Un cambio a “mejor” que trae consigo consecuencias fatales.

Fotograma de "A different man"
Fotograma de "A different man"

El objetivo final del filme a lo largo de los 112 minutos de filme es reincidir en la idea de que la identidad no es algo fijo, sino un constructo en constante negociación con el entorno fruto de lo que el resto (y nuestras propias expectativas) proyectan en nuestras identidades.


Fotograma de "A different man"
Fotograma de "A different man"

La forma en que la cámara enmarca a Edward, la iluminación que acompaña su transformación y los contrastes entre lo real y lo artificial convierten "A Different Man"en un ejercicio visualmente inquietante, donde la imagen no solo cuenta la historia, sino que se convierte en parte del conflicto mismo.


Y es que una historia así contada sólo podía venir bajo un sello que capitanea el audiovisual más singular del momento: A24. El teatro y la vida parecen darse la mano en esta producción que ahonda en la soledad y la identidad desde la sátira. Seguramente, teniendo en cuenta la premisa con la que arranca la historia, lo fácil (o esperable) habría sido caer en una historia victimista o lacrimógena. En cambio, el filme se alza como una especie de pastiche perfectamente ejecutado en cuanto a género y cinematografía se entiende. A medio camino entre el thriller, la comedia negra y el terror psicológico se abre una cruda crítica que azota hasta la dudosa moralidad que rodea el mundo de la creación artística.

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