En las últimas semanas la cartelera parece haberse llenado de películas (con acento español) que tienen como eje narrativo la idea de la muerte. Así, hemos tenido joyas como Los destellos (2024, Pilar Palomero, La habitación de al lado (2024, Pedro Almodóvar) o Polvo serán (2024, Carlos Marqués-Marcet). Todas ellas nos hablan del fin de una vida bajo ese precepto de la muerte digna, pero desde prismas radicalmente distintos. Hoy, ponemos el foco en esta última.
Texto: Ángela Bellón (@angela_br99)
Si bien es cierto que tanto la última cinta de Almodóvar como este cuarto cortometraje de Carlos Marqués-Marcet nos hablan de la muerte asistida. Una ley que a pesar de haber sido aprobada hace casi tres años y medio (tiempo más que prudencial para que una norma de este calibre se ejecute en perfectas condiciones) se sigue sintiendo a medio gas. Según datos del propio Ministerio de Sanidad, 323 personas pudieron tener el pasado 2023 una muerte digna ante el amparo de esta ley. Un número más que loable comparado con las 289 que pudieron hacerlo en 2022. Pero, esta cifra se sigue sintiendo insuficiente. Y es que 727 personas fueron las que solicitaron esta medida. Solo la mitad vio cumplido su último deseo y un tercio de todos ellos fallecieron a la espera. Quizás, esta batalla legal (y burocrática) sea la semilla que ha engendrado estos dos filmes. No obstante, hoy nos centraremos en el de Marqués-Marcet.
Si de per se no fuera lo suficientemente delicado lanzarse a la piscina al tratar en la gran pantalla un tema tan sensible como lo es la muerte asistida, tan solo imaginaros el añadirle a la ecuación el género musical.
Fotograma: Polvo Serán (Lastor Media)
Como si de una tragedia griega se tratase, la narración se divide en tres actos que presagian dicho desenlace. Pese a lo que cabría esperar, gracias a una comedia fina y una ironía muy bien usada, la cinta no cae en lo trágico, lo dramático o lo lacrimógeno sino que, más bien, se convierte en un canto a la vida (y nunca mejor dicho). Así es, que desde la obertura con en forma de una aria casi hipnótica —con una coreografía a cargo de La Veronal medida al milímetro— la cinta ya no nos
engatusa. De este modo, no nos permite despegar los ojos de la pantalla ni tan solo un segundo. Y así, con una danza contemporánea sombría, que resaltaba aún más si cabe en una paleta de colores vistosos, ya nos topamos con una Claudia Aparicio (Ángela Molina) que ya ha dejado de ser sí misma a causa de un tumor maligno.
Marqués-Marcet en este film nos presenta a un excéntrico matrimonio, representado por unos soberbios Ángela Molina y Alfredo Castro, dedicados al mundo de la farándula. Ella actriz, él director. Una extravagancia que más que por sus actos (que algo dejan entrever) intuimos por su relación con aquellos que les rodean. La cinta avanza partiendo de una particular premisa: ambos deciden poner fin a sus vidas
recurriendo a la muerte asistida. Su gran número final.
Aunque la decisión sea común, los motivos son dispares. Ella decide ponerle fin a su vida ante un cáncer terminal antes de que este le arrebate su esencia por completo. Y él, negándose a decirle el último adiós y seguir adelante sin esa persona que la vida le arrebatará antes de tiempo, opta por hacer lo mismo. Fotograma: Polvo Serán (Lastor Media)
Una decisión clandestina fruto de un amor de lo más puro.
Así, a lo largo de los 115 minutos de metraje, vemos como se dan el sí quiero delante de hijos y nietos, llevando el “hasta que la muerte los separe” hasta el último escalón. Un vals nupcial con sabor a funeral en el que vemos como Mònica Almirall encarnando a la benjamina de su estirpe es la única que pone la cordura al asunto a grito de un estremecedor “¡Qué mueran los novios!”, negándose a despedirse de sus padres en simultáneo y regalándonos una de las mejores secuencias del filme. Una vez el enlace matrimonial está sellado, se da paso a la luna de miel. Suiza será el destino elegido para someterse a un doble suicidio asistido.
Paradójicamente, pese al barroquismo que parece inundar el novísimo filme de Marqués (especialmente en las escenas de índole musical) acaba por resultar muy íntimo. En rara ocasión se cuenta con más de tres personajes conversando en pantalla. Todo parece llevarse a cabo en la más rigurosa intimidad, preservando la solemnidad que la situación merece. Quizás, sean estas pequeñas cosas, contrastando fuertemente con esos ostentosos números musicales, lo que le otorgan verdad y honestidad a la película. Un largometraje que se suma a la destacada filmografía de un director con un futuro prometedor.
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