¿Cuánto dinero has gastado en ropa a lo largo de tu vida? ¿Alguna vez te has detenido a pensar en quién y en qué condiciones fabrica las prendas que usas cada día? Cada año se producen alrededor de 80.000 millones de prendas, según datos de “The Economist”. En un mundo dominado por la sobreinformación, es fácil mirar hacia otro lado. Pero, por una vez, tienes el poder de cambiar las cosas (en parte) sin depender de los que están en la cúspide de la pirámide.
Texto: Luna Doval (@lunnadoval)

Vivimos en una era donde la sostenibilidad es un argumento de venta más. Nos dicen que comprando de segunda mano estamos salvando el planeta, pero la realidad es más compleja. Sí, es mejor que comprar fast fashion nueva, pero si seguimos acumulando ropa a un ritmo frenético, aunque sea usada, seguimos jugando al mismo juego.
Las rebajas, por ejemplo, son un invento perfecto del capitalismo para que el consumo parezca una necesidad en lugar de un capricho. Nos convencen de que necesitamos esa chaqueta solo porque está a mitad de precio. ¿Y qué pasa con toda la ropa que no se vende? Acaba en algún vertedero del otro lado del mundo. En el desierto de Atacama, en Chile, se entierran unas 39.000 toneladas de ropa cada año. Y si crees que las marcas están haciendo algo al respecto, piénsalo otra vez.

Desde hace años, muchas multinacionales han encontrado la excusa perfecta para tranquilizar nuestras conciencias con sus contenedores de recogida de ropa. Te ofrecen un descuento a cambio de donar prendas usadas, dándote la sensación de que estás participando en la moda circular. Pero la verdad es que esa ropa no siempre se reutiliza. Según un reportaje de El País, tras once meses de investigación y miles de kilómetros recorridos, descubrieron que gran parte de estas prendas terminan exportadas a países del Sur Global, donde solo una mínima parte se revende y el resto acaba en vertederos o quemada. La ropa que tú creías que estaba teniendo una segunda vida ha dado la vuelta al mundo antes de ser desechada.
Ahora bien, no todas las marcas están en este juego de la farsa sostenible. Algunas sí han entendido que el futuro de la moda no es producir más, sino producir mejor. Hay diseñadores que han apostado por el slow fashion, reutilizando textiles con técnicas como el upcycling, en las que una prenda en desuso se transforma en algo nuevo y estético. Otras marcas recuperan procesos artesanales que requieren tiempo y cuidado, alejándose del ritmo vertiginoso de la industria. Estas iniciativas no solo buscan reducir el impacto ambiental, sino también hacernos cuestionar nuestro consumo.
Nos han hecho creer que la sostenibilidad consiste en comprar "mejor", cuando en realidad se trata de comprar menos. No es cuestión de elegir entre fast fashion o segunda mano, sino de entender que el problema es la obsesión por la novedad. Y sí, seguir tendencias es divertido, pero la moda es cíclica. Lo que ahora vemos en Instagram, probablemente ya lo llevaron nuestros padres en los 90 o nuestros abuelos en los 70.
Porque, al final, la moda es un reflejo de lo que somos como sociedad: una industria que podría ser un espacio de creatividad y experimentación, pero que está atrapada en la lógica de la inmediatez. Queremos todo y lo queremos ya. Cada semana aparece una nueva microtendencia que nos empuja a sentir que lo que tenemos ya no es suficiente. Pero la verdad es que ni el mayor pedido de Shein podrá llenar ese vacío de estímulos insaciables y estándares inalcanzables.
Y aunque la incertidumbre nos invada al no ver cambios ni en la industria ni en nuestros propios hábitos, no debemos caer en la idea de que no hay solución, porque la hay. Quizás la verdadera revolución está en disfrutar la moda de otra manera: con menos ansiedad, más autenticidad y, sobre todo, más conciencia.

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